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La "grieta" de la Revolución de Mayo – Por Ricardo Marconi

📜 El Rompecabezas de la Muerte en Rosario – Por Ricardo Marconi

La "grieta" de la Revolución de Mayo

 

La Revolución de Mayo marcó el inicio de la Argentina como nación y en la historia -amañada por algunos especialistas en la materia-, se hizo mención a una plaza llena de personas que recibían grandes escarapelas, mientras sufrían, con paraguas, los embates del viento y la lluvia.

El episodio señalado fue, sin duda, el colofón de una serie de circunstancias políticas que conformaron un derrotero de violencias interpersonales, las que terminaron por decantar la revolución en ciernes. Quizás pueda ser considerada la primera “grieta” política de nuestra nación que vive diariamente al borde del precipicio.

 

La rebelión de Álzaga 

Como la asonada de Martín de Álzaga, ocurrida el primer día de enero de 1809, se conoce a la pretensión de destituir al virrey del Río de la Plata, Santiago de Liniers.

Tanto uno como el otro, habían sido los dos héroes de la denominada Reconquista durante la primera de las invasiones inglesas al Virreynato del Río de la Plata, ocurrida en 1806.

Y al producirse, en 1807, el segundo ataque inglés, Liniers reemplazó por la presión de la población, como virrey, a Rafael de Sobremonte, acusado de cobarde por abandonar sus funciones en el transcurso de la invasión.

 

La pueblada contra Sobremonte

Una pueblada exigió la deposición de Sobremonte por incompetencia y por cobardía ante las invasiones inglesas. Esa verdadera revolución pasó casi inadvertida entre las luchas por la reconquista: En 1810 el derrocamiento del virrey era el resultado de un racional debate de ideas entre pocos vecinos.

Y el 25 de mayo se consolidó la presencia activa de los militares criollos en el proceso político.

Las milicias populares que se habían levantado en Buenos Aires, desde 1806 estaban compuestas por criollos y españoles, divididos en regimientos. Los criollos eran pobres y se habían tomado en serio la profesión de soldados, ya que sólo vivían de su sueldo y raciones.

En el mes de octubre de 1808 se estuvo a punto que se produjera el estallido de una revolución contra Liniers, dirigida por los componentes del Cabildo de Buenos Aires.

El grupo, conducido por Álzaga tenía afinidad con el Cabildo y dirigía el alzamiento con la excusa de que el hijo del virrey acababa de contraer matrimonio en el virreinato que gobernaba su padre, lo que estaba prohibido por las leyes españolas. Pero la negativa de la Real Audiencia a acompañar el reclamo en su contra, hizo abortar los planes de Álzaga y su partido.

 

Una interna caliente

La “grieta” de la interna se recalentaba y el 30 de diciembre de 1808 el Cabildo presentó una exigencia: vetó el nombramiento como alférez real de Bernardino Rivadavia, candidato de Liniers, utilizando comentarios hirientes contra la capacidad del mismo y Liniers adoptó una posición sumisa, al advertir que se pretendía acusarlo de déspota. Así firmó una orden para el Cabildo que nombrara al nuevo alférez real, con lo que logró voltear el primer impulso revolucionario.

Al día siguiente, para disimular, los miembros del Cabildo se reunieron y propusieron una lista de posibles postulantes. El elegido debía asumir el mismo día entre los enemigos del virrey. Varios regimientos apoyaron la petición y ocuparon la Plaza de la Victoria.

También se reunió una multitud que protestó contra la gestión de Liniers, a la vez que exigía su renuncia. El virrey cedió nuevamente y firmó los nombramientos y se salvó nuevamente que lo destituyeran.

Paralelamente, por la puerta trasera del fuerte de la ciudad, un batallón del Regimiento de Patricios, conducido por Cornelio Saavedra, ordenó defender al virrey y apuntar los cañones contra el edificio del Cabildo.

En poco tiempo adquirieron un poder de fuego temible y la superioridad se vio en enero de 1809, cuando Liniers reprimió, con su ayuda, el conato de golpe organizado por el alcalde Álzaga.

En mayo de 1810 fueron los Patricios quienes hicieron la Guardia de la Plaza, dejando entrar a los adictos al sistema imperante y rechazando “amablemente” a los adversarios.  Los “fierros” los tenían los criollos y esta circunstancia fue decisiva para derrocar a Cisneros.

La tercera circunstancia, notable, consistió en dejar sentada la necesidad de “convencer” a los representantes del pueblo para que se homologara lo decidido por el de Buenos Aires.

 

Victoria, confirmación Real y resistencia

Ocurrida la victoria de la Resistencia, Liniers fue confirmado en su cargo por orden del rey Carlos IV de España, aunque, vale destacarlo, Francisco Javier de Elío, el gobernador de Montevideo, resistió su autoridad y aprovechó el hecho de que Liniers fuera francés para acusarlo de formalizar un complot con el imperio de Napoleón, en guerra contra España por ese entonces. Elío organizó una Junta de Gobierno en Montevideo para desconocer la autoridad del virrey.

El gobernador de Montevideo se oponía al virrey Liniers y, en cambio, este último tenía el apoyo de la mayor parte de las fuerzas militares, incluyendo a sus jefes nativos.

Los españoles europeos eran parte de la clase más prestigiosa y conservadora del Virreynato del Río de la Plata y estaban decididos a derrocar al rey en América, iniciando, quizás sin proponérselo, el proceso de emancipación de las colonias en América.

La mayoría de los “patriotas” estaban del lado de Liniers, mientras que los seguidores de Álzaga, que dirigía la rebelón, querían constituir una Junta Antibonapartista, similar a las españolas y –curiosamente-, ambas invocaban su lealtad a Fernando VII, en un contexto en que la guerra española de la independencia hacía imposible el gobierno de las Indias desde Cádiz, lo que implicaba la posibilidad de la concreción de rebeliones de diverso signo.

 

Deposición del virrey

Atemorizados por la posibilidad de que se desencadenaran actos violentos contra ellos, los miembros del Cabildo se volvieron a reunir y decidieron deponer al virrey y pretender su reemplazo por una Junta de Gobierno, formada sólo por españoles peninsulares y dos criollos: Mariano Moreno y Julián de Leyva, que ejercían el cargo de secretarios.

Pasado el mediodía, la tormenta imperante dispersó a los manifestantes, pero las tropas se mantuvieron en su posición, aunque se trasladaron, para protegerse de las inclemencias del tiempo bajo los arcos de la Recova.

En horas de la tarde, la comitiva se hizo presente en el fuerte el Cabildo en pleno: el obispo Benito Lué y Riega y los miembros de la Audiencia y del Consulado de Comercio de Buenos Aires lo hicieron para exigir la renuncia de Liniers.

También le pidieron a Saavedra que retirara sus tropas y el coronel de los Patricios aceptó retirar su regimiento, tras lo cual los batallones españoles hicieron lo propio.

Saavedra no se quedó quieto, ya que se dedicó a recorrer los cuarteles de los demás batallones, mientras Liniers exigía el cumplimiento de las normativas que preveían el reemplazo de los virreyes por el militar más antiguo del virreinato, quien no era otro que el general Pascual Ruiz Huidobro.

Entonces, Álzaga terminó por aceptar la exigencia y Liniers renunció, pero antes que el acta estuviera completada, el coronel Saavedra se presentó nuevamente en el fuerte con la espada desenvainada y a su sombrero lo había reemplazado por un pañuelo anudado –como si fuera un pirata-, exigiendo que se suspendiera el acto, alegando que el grupo que presentaba la exigencia no “representaba a la totalidad del pueblo” y pidió que las cosas “se mantuvieran como estaban”.

En ese mismo momento aparecieron en la plaza los Patricios y desplazaron a las milicias partidarias del golpe, hubo actos de violencia, heridos y las milicias se retiraron.

Fue entonces que Liniers, aplicando un nuevo giro a sus decisiones, se negó a renunciar y, en el acta -aún inconclusa-, se lo confirmó con el beneplácito de los miembros del Cabildo.

Horas más tarde, Liniers satisfecho por lo ocurrido tras su cambio de actitud, ordenó la libertad de los alcaldes, pero Álzaga y los cabildantes permanecieron prisioneros.

Al día siguiente, Álzaga y los líderes del movimiento fueron desterrados a Carmen de Patagones y se inició un juicio contra ellos por parte de la Audiencia, pero los secretarios no fueron molestados.

 

El fracaso 

Los batallones de milicias urbanas sublevados — tercios de Miñones, Gallegos y de Vizcaínos incluyendo a los Cazadores- fueron disueltos. Parte de las tropas correspondientes pasaron a otros cuerpos, pero los oficiales fueron dados de baja de forma definitiva.

También se hallaron implicadas 4 compañías del 3° Batallón de Patricios al mando de José Domingo de Urién y algunos oficiales de los otros dos batallones del cuerpo, tales como Antonio José del Texo -capitán del 1° batallón-, Pedro Blanco y Tomás José Boyso, mientras que Urién fue destituido y a Texo se le inició juicio por intentar asesinar a Saavedra.

Los desterrados a Carmen de Patagones: Martín de Álzaga, Juan Antonio Santa Coloma, Olaguer Reynals, Francisco de Neyra y Arellano y Esteban Villanueva, fueron rescatados por Elío, quien seguía sin reconocer a Liniers -sosteniendo la Junta de Montevideo- y trasladados a esa ciudad.

 

La “purga” en el Cabildo

El Cabildo fue purgado de varios de sus miembros, y un nuevo grupo de dirigentes, ligados especialmente al jefe de los Patricios y a los demás jefes militares criollos, asumió el mando del mismo. No obstante, la mayor parte de ellos, a diferencia de Saavedra, no participarían en la Revolución.

Con la llegada de España del nuevo virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, los cuestionamientos de los pobladores españoles al reemplazado Liniers quedaron en el olvido y Cisneros indultó a los responsables de la asonada.

Poco después tendría lugar la Revolución de Mayo, dirigida por criollos en lugar de españoles. Álzaga parece haber tenido alguna participación en la elección de los miembros de la Primera Junta, aunque no de forma visible. Varios de los partidarios de Álzaga tuvieron activa participación en la Revolución, aliados esta vez del grupo dirigido por Saavedra.

Uno de los vocales de la fallida Junta, Juan Larrea, fue miembro de la Primera Junta. Uno de los dos secretarios, Mariano Moreno, fue secretario de la misma, mientras que el otro, Manuel Leyva, opuso los últimos obstáculos legales que debieron sortear los revolucionarios.

El principal beneficiario del fracaso de la asonada fue Saavedra, a quien Liniers debía desde entonces su gobierno. De allí en adelante, ningún gobierno pudo actuar en Buenos Aires sin el apoyo de las milicias urbanas, por lo menos hasta la crisis de 1820. De hecho, fue la decisión de Saavedra la que desencadenó la Revolución de Mayo.

 

La lucha facciosa 

En el grupo de Álzaga estaban los comerciantes españoles, beneficiarios de los monopolios, quienes se sentían perjudicados por la política de Liniers, que, al parecer, fogoneaba el contrabando, según sus enemigos.

Es que el acuerdo entre España y Gran Bretaña le permitía a Liniers continuar con la práctica beneficiosa para los intereses criollos y para el erario del gobierno.

Álzaga, sus partidarios y la clientela que lo secundaba estaban decididos a tomar el gobierno y, al parecer, el virrey y los militares e tenían conocimiento de la conspiración para producir el golpe de 1809, cuando se produjera la elección de los nuevos cabildantes.

Alrededor de 400 personas, apoyadas por los cuerpos de vizcaínos, gallegos y catalanes, pidieron la renuncia del virrey y la formación de la aludida Junta, que era el apoyo militar que disponía Liniers.

Mientras tanto, los regimientos nativos frente a los peninsulares, a pesar de que los primeros representaban el orden establecido, es decir a un virrey fiel a la monarquía y a la Audiencia, generaron un cambio en el equilibrio del poder, favorable a los criollos, ya que ello decidió la disolución de 20 batallones peninsulares, lo que incrementó el desprestigio de la monarquía.

 

Falso clamor

El desenlace permitió que llegase a España el falso clamor de que vencida la sublevación del 1º de enero de 1809, Liniers enarbolara una bandera francesa en el fuerte, para luego prepararse para ofrecer el virreinato a Napoleón, alarmando a la Junta Suprema que condujo a la remoción del virrey y su posterior enjuiciamiento.

En contraste, con el desenredo de la rebelión en Buenos Aires, un intento similar en Montevideo tuvo éxito. Expulsó al gobernador y la Junta que allí se instaló intentó gobernar sobre todo el virreinato, aunque infructuosamente.

Como resultante de todo este proceso las familias importantes se apropiaron del poder y se profundizaron las luchas intestinas.

 

El poder real

Patrón Costa, Menéndez Beeti, Roca y Mitre, entre otros, fueron acuñando para sus familias el verdadero poder. Ello ocurría en diversos estamentos estatales, entre los que vale mencionar el ejército, el Congreso y la justicia, tomando sectores que motorizaban la economía con lo que acrecentaron la extensión de territorios que utilizaron para llevar adelante desarrollos agrícolas, sustentar la banca, sirviendo como albaceas de las instituciones crediticias inglesas y por último, dominando las incipientes industrias fabriles.

 

Una segunda revolución

Mientras esto ocurría, el pueblo esperaba para actuar con la irrupción de un general, quien propuso una segunda revolución, en este caso social.

Tres días antes del histórico 25 de mayo de 1810, sólo 500 personas de los 40.000 habitantes –el uno por ciento de la población de Buenos Aires en la reunión participó para dar testimonio en la que se asentaron las bases conceptuales y jurídicas que fundamentaron el relevo del virrey y su reemplazo por una Junta que designaba o, más bien consentía los movimientos que se acercaban a su etapa final.

El 25 de mayo, frente al Cabildo la cifra se triplicó y esa convocatoria permitió deponer al virrey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado, aunque Cisneros no representaba al monarca español, sino al organismo que gobernaba en España en su nombre, en vista de la cautividad de Fernando VII.

La asonada de Álzaga fue interpretada como un episodio absolutista dirigido por españoles en apoyo del virreinato.  Otros historiadores observaron el origen vasco de Álzaga y su llegada al Río de la Plata siendo un niño, por lo cual los vascos no sentían el mismo apego que los habitantes de las provincias centrales.

Por otra parte, los absolutistas siempre se opusieron a la conformación de juntas de gobierno y los historiadores aludidos opinaron que no todos los protagonistas de la asonada perseguían los mismos fines, ni tampoco concordaban en sus objetivos quienes formaban parte de la oposición.

 

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*Ricardo Marconi es Licenciado en Periodismo y Posgrado en Comunicación Política

Viene de acá: Comandos civiles: antecedente directo de la Triple A

Continúa aquí: Videla y sus negocios con el Partido Comunista

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